Fábrica El Ángel
Tres días
después del terremoto de Cinchona, Analía García, Domingo Argentini y otros 18
socios de la fábrica El Ángel, acordaron reunirse en La Sabana para tomar una
decisión importante.
Cincuenta
kilómetros atrás, había quedado su fábrica de mermeladas, destruida casi en su
totalidad por el terremoto del jueves 8 de enero.
A
tres días de la violenta sacudida, sentados en el zacate de La Sabana, los 20
socios echaron una mirada retrospectiva para recorrer sus 33 años de vida en
Costa Rica, tiempo que no pasó en cualquier sitio. Transcurrió en Cinchona, la
tierra donde echaron raíces y crecieron como personas y empresarios. Un pueblo
borrado del mapa por el terremoto.
“Podíamos
hacer una de dos cosas: traernos todas nuestras operaciones a San José o volver
a levantar el proyecto con la gente de Cinchona. No lo pensamos mucho para
decidirnos por lo segundo”, comentó Analía, presidenta del grupo.
Esta
decisión unánime tomada en La Sabana, se tradujo en un regreso inmediato a la
zona del desastre para empezar a ayudar a las familias de sus 300 trabajadores.
Con
el regreso, comenzó el traslado de los equipos a la bodega de la finca Noble,
en Cariblanco, un terreno ubicado a cinco kilómetros de Cinchona, y que había
sido comprado por los socios, varios años atrás.
En
la bodega de la finca, que en otro tiempo utilizaron para celebrar la fiesta de
Navidad y fin de año con sus empleados, se levantó la planta provisional de la
empresa.
Ni
uno solo de los 300 empleados de El Ángel fue despedido, contrario a lo que
sucedió en otras empresas de la zona. En medio de la tragedia y con vientos de
crisis económica mundial, a cada uno se le pagó, con puntualidad, su salario.
Públicamente,
los titulares de diarios y los noticieros contaron la hazaña de los misteriosos
propietarios de El Ángel, quienes, hasta ese momento, habían manejado un
bajísimo perfil mediático.
Pero
como bien dice Analía, para ellos todo lo que se hizo luego del sismo no fue
nada extraordinario. El terremoto solo se convirtió en una circunstancia a la
cual tuvieron que hacer frente estos 20 socios. Una más, en sus tres décadas de
estancia en el país.
Servir
y dar
Los
socios de El Ángel son de diferentes nacionalidades. Hay mexicanos, argentinos,
estadounidenses, colombianos, costarricenses… Pero, como afirma Domingo
Argentini, vicepresidente del grupo, “aquí todos somos ticos”.
Entre
ellos hay médicos, contadores, ingenieros en petroquímica y educadores, quienes
practican un método de vida muy particular, seguido en el mundo por unas 10.000
personas.
Ese
método fue bautizado con la palabra Cafh , término que, según
dicen, es más antiguo que el arameo, una lengua de 3.000 años de historia, y
significa la búsqueda de la unión del alma con Dios.
El Cafh nació
en Argentina en los años 30 del siglo pasado. Su fundador fue Santiago Bovisio,
de origen italiano. No es un movimiento religioso ni político.
Es
un método de vida cuyos seguidores son personas comunes y corrientes, sin
distingo de su condición económica, religión o nacionalidad. El único requisito
que se pide es querer convertirse en un mejor ser humano.
Un
ingrediente básico en todo este proceso es la armonía. Primero, la individual;
luego, la armonía con las otras personas, y por supuesto, con la naturaleza.
Entre
los seguidores del Cafh hay diferentes
niveles, y el que practican los socios de El Ángel exige la renuncia a todo,
incluida la posibilidad del matrimonio. Ellos viven en comunidad: una de
hombres y otra de mujeres. Todos usan un anillo como símbolo de esa renuncia
total.
¿Cómo
se traduce en la práctica el Cafh ? El mejor ejemplo es
lo que han hecho silenciosamente, por muchos años, los socios de El Ángel.
Todo
empieza cuando el grupo escoge a Costa Rica al considerarlo un país ideal para
desarrollar su filosofía de vida, en un momento en que se vieron obligados a
salir de Argentina por la situación política y social que se vivía en esa nación.
Ya
en Costa Rica, la desaparecida Cinchona fue el terreno más fértil que hallaron
para sembrar su semilla y cosechar los mejores resultados.
Analía
cuenta que entonces y ahora, la gente de Cinchona, Poás y Varablanca es de una
pureza sin igual. Son personas, dice, pacíficas, humildes y portadoras de una
gran solidaridad.
Cuando
llegaron a Cinchona, vivían ahí apenas unas cinco familias. No había teléfono,
tampoco luz, agua o caminos asfaltados. El espacio para meditar estaba servido,
en un escenario donde la naturaleza conmovió a los nuevos pobladores y los
motivó a servir a sus vecinos.
Como
todos los demás
Más
de 30 años después de haber iniciado aquella aventura, los socios de El Ángel
se mezclan entre la gente de la zona como uno más.
Es
común verlos merodear por la fábrica uniformados, como cualquier otro
trabajador, haciendo de todo.
Al
médico colombiano Carlos Augusto Martínez, es frecuente encontrarlo trabajando
en la bodega.
A
la ingeniera en petroquímica Analía García, no se le cae su título cada vez que
limpia los baños de los empleados. Tampoco María Teresa Vitale pierde el
respeto y la admiración de sus colaboradores cuando se sienta a ayudar a alguno
en una tarea colegial.
El
hecho de ser los socios y propietarios, no hace que este grupo se vea o se
sienta como el dueño. De palabra y acción, han demostrado que son una parte más
del equipo.
Resulta
fácil comprender que lo que tienen ahora no es sino resultado del método de
vida que practican desde hace años.
Hasta
el origen de la fábrica no fue resultado del azar o del cálculo del beneficio
comercial. Proviene de un sondeo que hicieron a su llegada a Cinchona,
interesados en hacer una actividad que no solo les permitiera mantenerse
económicamente sino que fuera de utilidad para el pueblo.
Preguntaron
qué tipo de trabajo necesitaban los pobladores, y se encontraron que allí
abundaba la guayaba y se producía mucha leche.
A
partir de esto, pidieron un préstamo y generaron su primera línea de productos
alimentarios, liderada por su delicioso dulce de leche y la mermelada de
guayaba. Hoy, cuentan con 90 productos en más de 100 presentaciones diferentes.
Lo
mismo sucedió cuando detectaron que el servicio de salud allí no era el mejor.
Tres de los miembros fundadores de la comunidad aquí eran médicos, y no dudaron
en poner sus conocimientos al servicio de la población, abriendo el primer
dispensario de salud en Cinchona.
El
camino que en enero se tragó el terremoto por la ruta hacia la catarata La Paz,
fue construido con el liderazgo de esta comunidad de visionarios.
El
Ángel, entonces, no es solo la fábrica de mermeladas y sus 300 empleados.
Trasciende. Once meses después de que el terremoto destruyera la fábrica
original y acabara con un pueblo completo, los 320 trabajadores de El Ángel
(incluidos, sus socios) mandan al mundo el 40% de su producción y siguen
abasteciendo al mercado nacional.
Los
socios –que también perdieron sus casas con el sismo– comparten junto a los
empleados que quedaron sin casa las viviendas amarillas de la finca Noble.
Allí,
madrugan para ordeñar y compartir la leche y el fruto de su trabajo con sus 300
colaboradores, como lo han hecho desde hace más de tres décadas, cuando
decidieron instalarse entre las montañas de Varablanca para desarrollar su
espírituo y, sobre todo, servir a los otros.
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